lunes, 17 de enero de 2011

La lavadora contraataca

Odio poner la lavadora (y colgar la ropa más). Es un hecho. Lo que no sabía es que la lavadora me odiaba a mí.




Debí empezar a sospechar cuando, de vez en cuando, la capulla simulaba estar cerrada del todo, pero era mentira... Se ponía en marcha y empezaba a soltar agua por una rendija, y yo me daba cuenta del desaguisado cuando empezaba a escuchar un torrente de agua caer por la terraza. Y luego llegaban los vecinos... Pero la última que me ha hecho es una prueba irrefutable de su odio por mí.


Un día entresemana cualquiera puse la lavadora y me fui a hacer mis otros quehaceres. Ese día, venía el señor del gas (que por cierto me dio un rango de visita de cuatro horas) a comprobar la caldera . Total, que acabó la lavadora y pensé, ya la recogeré después, cuando se vaya el del gas, para no tener las braguitas en exposición. Lo que no sabía yo es que la máquina infernal estaba planeando su sucia venganza.

Cuando llegó el señor del gas (un señor con bigote, como todo señor del gas que se precie) le acompañé a la cocina y, de ahí, íbamos a acceder a la terraza donde estaba el calentador (y la lavadora enajenada). Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que, el puñetero trasto, al centrifugar había cobrado vida propia y se había puesto a caminar, bloqueando la puerta a la terraza que solo se podía mover unos centímetros. Claro, el señor con bigote dijo: "Señora, vamos a intentar moverla, pero va a ser muy difícil porque está llena", mientras yo decía: "¿Por qué me tienen que pasar estas cosas, (señor con bigote)?". Total que el señor con bigote y yo, venga a intentar mover la lavadora: yo metiendo las manitas, el señor con un destornillador... Nada. El técnico amenazaba con darse a la fuga ante lo peliaguda que se había vuelto la situación. Entonces decidí recurrir a mis artes ninja...


Intenté colarme por la rendija que quedaba subiéndome a una silla, pero era demasiado pequeña... El técnico empezaba a preocuparse: "Señora, no se quede atrancada, a ver si voy a tener que llamar a los bomberos". Pero yo no me rendí... Esa lavadora tenía que aprender quién mandaba en casa. Empecé a golpear la lavadora con la puerta de la terraza... Poco a poco, se fue desplazando y la rendija de paso se fue haciendo más grande, lo suficiente para que me cupiera la cabeza. Ante la preocupada mirada del técnico, volví a subirme en la silla, me colé por la rendija y me situé sobre la lavadora infernal. Gracias a Dios, se rindió y no decidió hundirse o cualquier otra maldad. Ya desde dentro de la terraza, pude desplazar el chisme del infierno de vuelta a su sitio y abrir la puerta al señor del bigote, que ahora me consideraba la prima de McGiver.




Estas son las heroicidades que tiene que llevar a cabo el ama de casa moderna y ninja.

¿Acaso no me odia la lavadora?
Leer más...