Durante el último puente, una vez más, estuve de misiones. Esta vez, se trataba de visitar las tierras manchegas de Albacete, que tiene partes clavaditas al Gran Cañón del Colorado, a lomos de nuestras bicicletas...
En esta ocasión, no solo tuvimos que enfrentarnos a las cuestas habituales, también se unió el calor despiadado. Ya dicen que no es sano hacer deporte a plena solana, pero es lo que tiene junio... Nos cayó sol a plomo. Eso del Cid de "Sangre, sudor y lágrimas" una mieeeeeerda con lo que tuvimos que sufrir nosotros... :P.
El caso es que di con la horma de mi zapato. Yo que me preciaba, muy ufana, de no haber echado pie a tierra en una cuesta nunca jamás, al salir de las Hoces del Júcar, despeñadero arriba, claudiqué. Eran las tres de la tarde, un camino forestal y unos cuatro kilómetros cuesta arriba. La pendiente no sé de cuanto sería, pero de bastante (a mí me parecía del 95%). Me di cuenta de que el factor calor contaba, y mucho. Cuando estás desesperada por encontrar una sombra misericorde, es difícil mantener un ritmo pausado y constante. Si rompes el ritmo, fuerzas y si fuerzas tiras mogollón de riñones. Y eso fue lo que me perdió a mí, el dolor de riñones... Así, eché pie a tierra para ponerme a la sombra de los pinos (sin cantar por el camino) y por fin usé el último piñón del cicloturismo: empujar.
Eso sí, mereció la pena por los baños en aguas cristalinas... Madre mía la de cosas bonitas que tiene Albacete y yo sin saberlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario