martes, 10 de noviembre de 2009

Pipiripirí, qué fenomenal, pipiripirí... Atasco en el hospital


Como sigo con mi pata chula. Voy a explicar
la batalla del Puerta de Hierro...


¿Quién no ha votado a Espeeee...?

Todo comenzó un martes de aikido cualquiera. Nada más empezar la clase, comenzamos a calentar. Separar las piernas (lo que viene siendo espatarrarse, pero de pie, ¿eh?) girar hacia un lado, girar hacia al AAAAAAHHHHGGG... Momento charlestón extremo. No pensaba que las rodillas se pudieran doblar lateralmente hacia fuera. Soy la única persona que se lesiona estirando (bueno, en realidad tengo una rotura de ligamentos que de vez en cuando me hace estas cosas, la última vez fue peor, fue en una discoteca en Alemania, doch).

En fin, se acabó la clase de aikido. Cuando dejé de pensar en que quería un chute de analgésicos, recogí mi maltrecha dignidad y mis bártulos y me fui para mi casa, en mi recién estrenado coche Hacendado (dos veces lo he usado). Allí, en el ambulatorio, me miraron la rodilla y me dijeron sic.:

"No quiero ser grosera, pero ¿por qué no has ido al hospital directamente?"

Muy fácil señora. Porque no sabía si tenía algo como para ir al hospital o solo era un tirón. En Alemania me vendaron la rodilla y me mandaron tres días de reposo... En fin, eso lo pensé, pero no lo dije, hay que recordar que tienen bisturís.

Total, que me fui (transportada por mi gentil hermana) para el flamante Puerta de Hierro. Resulta que tenían un problema informático y que la gente estaba hasta el cuello. Por fin me tomaron nota de lo que quería y me hicieron pasar a la sala de espera n.º 1. Allí había una chica con dolores de algo indeterminado que yo creo que estaba ahí para disuadir al personal:


"Cinco horas de espera, cinco horas de espera, hay gente que lleva aquí desde la seis... yo me voy".

No dejándome engatusar por cantos de sirena, y al ver que el chico que había pasado antes que yo ya había sido atendido relativamente pronto, decidí quedarme, pese a que a mi hermana pareció hinchársele una vena que no tenía antes.

Al cabo de una media hora, me hicieron pasar donde una ¿enfermera? me hizo un rápido interrogatorio y pasé por una puerta a una especie de pasillo donde ya no te podían acompañar. Miré mi bonita hoja de ingreso en la que describía mi triste historia en términos médicos. Y leí, oh, fatídicas palabras lo siguiente:

Grado de urgencia: 5

Tiempo de espera: 240 min.

Se me quedó el culo más torcido que la rodilla. Acto seguido llamé a mi hermana para que se fuera a ver a Buenafuente y el Teletienda mientras me curaban.

En el pasillo tras la sala de espera número 1, esperé a que me llevarán a la sala de espera n.º 2. Bueno, fui cojeando. En la sala de espera n.º 2 me dieron una silla de ruedas que debió pertenecer a un obeso mórbido o algo, porque estaba totalmente descuajeringada. Estaba por sentarme en una de las sillas de plástico para sentirme más cómoda y confortable, no digo más. Era un poco como la casa del terror. Había un abuelete escorbútico que debía estar ahí desde el período carbonífero , de vez en cuando se oían gritos de dolor (los de la sala de espera nos mirábamos inquietos), a veces se oían súplicas: "señorita, señoritaaaaa... ¿Sabe mi familia que estoy aquí?". Parecía más la sala de espera de la central de la Gestapo que una sala de espera de hospital.

Por fin, me vio el médico, yo le iba a confesar el nombre de todos los amigos disidentes que tengo para que no me hiciera daño. Pero tras toquetear un poco la rodilla solo para hacerme daño, que yo ya sabía lo que me dolía sin que me tocara, decidió que había que hacer unas radiografías... En mi supersilla cósmica de ruedas cuadradas (pero no se suponía que el hospital era nuevo), me llevaron a la sala de espera número tres...

Más escenas dantescas. Un chavalín de la edad de mi hermano (21) enchufado a una bombona de oxígeno y poco después una chica de mi edad (¿sigo siendo chica a partir de los treinta?) con su madre... La chica, venga a llorar que se quería ir a casa... Cada vez mejor rollo.

Me metieron en la sala de rayos X, donde el operario tenía una cosa muy chunga en la piel del codo que me hizo dudar sobre el aislamiento del lugar: ¿tendré hijos mutantes?

En fin. Tras pasar de la sala 3 volví a la sala 2, allí me quedé otro rato aparcada en la silla, con ganas también de preguntar si alguien de mi familia sabía que estaba allí. De pronto, pasó un guardia de seguridad a no sé qué sitio con unos guantes de látex puestos. No pregunté.

Volví a ver al médico toca-rodillas y me dieron mi diagnóstico final en un folio DIN-A4. Llamé a mi hermana y fin de la batalla.

Por cierto solo fueron 120 minutos, pero creo que ponen siempre el doble para que te pongas contento. Es como lo de llevarte de sala de espera en sala de espera. Te hace senir que vas a algún lado aunque en realidad es como El castillo de Kafka pero en versión médica.

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